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Censos de Población y Viviendas de 2001

La aldea de las personalidades / Lista de colaboraciones

Foto del Sr. Pedro Sanz AlonsoPedro Sanz Alonso
Presidente del Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma de La Rioja
Igea (La Rioja)


Breve reseña estadística

En el Diccionario Geográfico y Estadístico de Pascual Madoz (1845), se dice que Igea está bien ventilada y el clima es templado y saludable. Tiene sobre 450 casas distribuidas en varias calles y 2 plazas, la una llamada San Pedro Mártir y la otra la de La Fruta. El edificio más notable de esta villa es el suntuoso palacio de forma cuadrada, propio del Sr. Marqués de Casa- Torre. Los restantes edificios de esta villa inclusa la casa del ayuntamiento y cárcel, son de mediana construcción. Hay una fuente casi insignificante, por la escasez de agua que emana, especialmente en verano, que algunos años se seca; escuela de primeras letras dotada con 100 alumnos. La iglesia(Santa María de la Asunción) es aneja de Cornago.

Cuando nace Pedro Sanz, en los años 50, Igea tiene una población de 1.594 habitantes, o almas en la terminología decimonónica. Una población que se mantenía estable hasta que, a partir de ese año empieza a disminuir y en 1991 el Censo contó 983 personas, habiendo menos niños de 9 años o menos, concretamente 52, que ancianos de 75 años o más, que sumaron 98.

Cómo recuerda Pedro Sanz su pueblo cuando era niño. Por Pedro Sanz

Las huellas del caballo de Santiago excitaban la fantasía de los niños de mi edad. Eran de unas proporciones considerables, casi fantásticas, y estaban esculpidas en la roca, a las afueras de mi pueblo, en Igea, y, a falta de datos fiables sobre su origen, la capacidad de fabulación de mis paisanos, de mis antecesores, se había puesto a trabajar y había encontrado para ellas una explicación mística y enigmática: esas incisiones correspondían -según se decía en el pueblo desde hacía muchos años- a las herraduras del caballo de Santiago, el patrón de España, a ese rocín sobre cuyos lomos había cabalgado hasta llegar al castillo de Clavijo, enclavado en lo alto de un risco, para presentarles batalla a los moros y obligarles a desistir de sus veleidades conquistadoras.

Por esas fechas, por las fechas de las huellas del caballo de Santiago, mi pueblo era un pueblo pequeño, con casas humildes y sin grandes alardes urbanísticos, un pueblo dedicado en cuerpo y alma a las labores del campo, a ese campo que bañaban las pródigas aguas del Linares. Y yo, como hijo de labrador, como todos los hijos del pueblo, echaba una mano a mis padres para sacar adelante la economía familiar. Y no lo hacía por entretenimiento o por aprendizaje, no, sino por necesidad, ya que en aquellos años una mano siempre venía bien, aunque fuera la de un niño, pues no en vano los tractores, las cosechadoras y todas esas máquinas último modelo estaban todavía en camino.

Y por esas fechas también, para apaciguar la sed y mitigar el cansancio, el agua había que ir a buscarla a la fuente, en cántaros de barro que yo llevaba vacíos y traía a casa llenos con el agua fresca y reconstituyente que manaba por el caño y que abastecía al resto del pueblo.

 Pero esos eran otros años. Eran los años de las huellas del caballo de Santiago, los años cincuenta, unos años que, eso sí, sirvieron para sembrar la semilla de lo que hoy es el pueblo, un pueblo que no es sino un pálido reflejo de lo que era entonces, ya que ahora, junto al despegue tan espectacular que ha experimentado la actividad empresarial, Igea se ha dotado de todos los servicios más modernos -como el agua corriente, por supuesto- y las mejoras han sido verdaderamente importantes en todos los ámbitos: en el educativo, en el asistencial, en el de servicios…

Es un pueblo moderno con el espíritu de antaño: con el espíritu emprendedor y solidario que siempre ha caracterizado a Igea.

Es un pueblo que, además, está concitando la atención de los turistas y de los estudiosos, y es que las huellas que conocí de niño no eran las huellas del caballo de Santiago, no, las huellas eran muy anteriores a la batalla de Clavijo y a Clavijo mismo. Las huellas, según se ha sabido ahora, tienen cientos de millones de años y fueron dejadas en el fango por los dinosaurios de todos los tipos y pelajes que nacieron, vivieron, procrearon y murieron por estos lares. Y luego el fango se secó y se hizo roca. Y ahí están después de tanto tiempo. Como también está Igea después de tanto tiempo, sólo que remozado y con una vitalidad creciente.