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Censos de Población y Viviendas de 2001

La aldea de las personalidades / Lista de colaboraciones

Foto de Miguel RíosSr. D. Miguel Ríos
Músico
Granada capital


Breve reseña estadística

En el Diccionario Geográfico y Estadístico de Pascual Madoz (1845), se dice que Granada presenta la figura de una granada abierta, repartidos sus edificios en escalones, como las gradas y ventanas de un vasto circo, cuyo nombre y divisa lleva de muy antiguo. Los aires puros que en ella se respiran, su temperatura benigna en todas estaciones, su cielo teñido del azul más vivo, y su atmósfera singularmente esclarecida por la luz del sol, que refleja la blancura de Sierra Nevada, hacen de esta ciudad "la más hermosa que el sol alumbra", como ha dicho uno de sus hijos. Granada tuvo en tiempos de los árabes 2 fortalezas interiores, la Alcazaba y la Alambra; y el espacioso recinto de la capital estaba cercado de una gruesa muralla, flanqueada de 1.030 torres. La parte de la ciudad que ocupa la llanura que media entre los cerros del Albaicín y la Alambra, es la más importante, la más agradable y mejor construida. Las casas de Granada se encuentran hoy reducidas al número de 10.041. Tienen en general muy cómoda y bien entendida distribución. Generalmente tienen todas las casas 3 pisos, siendo raras y en los barrios más apartados y pobres las que tienen 2. Las calles de Granada, en número de 411 que forman 699 manzanas, son en general estrechas y tortuosas, principalmente en los barrios de construcción arábiga. Las plazas son de diversa magnitud, contándose entre plazas y placetas 94. Las fuentes son innumerables, pues es rara la casa que carezca de ella. Granada tiene además Casa de ayuntamiento, 2 cárceles y Presidio establecido en el convento de Belén. Granada ha merecido el título de una de las capitales de provincia más cultas y de más esmerada sociedad. Sus colegios, su universidad, sus corporaciones literarias, han formado hombres ilustres en todos los ramos del saber; y su academia, artistas de mérito indisputable. El clima no puede menos de hacer sentir su influencia en los moradores de Granada. Viviendo éstos bajo un cielo purísimo, son alegres y festivos; sobre un terreno fecundo, espléndidos y generosos; y hallándose enardecidos por un sol picante, vehementes en sus odios y en sus afectos. Granada tiene 61.610 almas que componen 14.225 vecinos.

Cuando nace Miguel Ríos, en los años 40, Granada tiene una población de 155.405 habitantes, o almas en la terminología decimonónica. Desde ese año, sigue aumentando y en 1981 el Censo contó la mayor población de toda su historia 262. 182. El Censo de 1991 registró un leve descenso de la población, contando 255.121 almas.

El Puzzle de la Vida. Por Miguel Ríos

La noche de fin de año del 61 fue la primera que pasé fuera de mi casa. Fuera de Granada. Tenía 17 años, mi primer contrato discográfico en el bolsillo y estaba empezando a alejarme de una ciudad, y de unas vidas, a las que volvería siempre.

Condenado a esta relación intermitente, he visto la transformación de Granada como si de un puzzle se tratara, del que ya estaba construido el centro. Su parte histórica. Una historia muy ligada a la construcción de Occidente, y que sin embargo, ha sobrevivido por los maravillosos vestigios de su pasado oriental. Su leyenda ha convertido a esta ciudad en un referente universal de la convivencia de tres culturas empeñadas en maltratarse a través de los siglos.

Parte de mis recuerdos nacen en un monte de Granada.

Desde la atalaya del Monte del Sombrero en la carretera de Murcia cerca del barrio de Cartuja, donde nací, se podía ver esa puesta de sol tan celebrada, antes y después de que yo quedara una y mil veces extasiado con su fascinante representación. Con su regalo cotidiano. Solo que entonces, desde ese monte, todo lo que veía a mis pies era la inmensa y ubérrima vega y sus huertos roturados, los fuegos del rastrojo de los veranos de mi pubertad, que se perdían en un horizonte de montañas que dan al mar, justo a la hora en que callan las chicharras, y el lento, laborioso y excitante paso del verano.

Hasta la copa del sombrero/mirador llegaban nítidas las voces de los niños jugando en las cercanas casas de la Haza Grande, los ladridos de los perros de los cármenes del Albaycin, la lejana sirena de la fábrica de explosivos de El Fargue, el sonido de las esquilas de los rebaños de cabras triscando monte arriba, y muy pocos coches.

Entonces, como hoy, el aire traía golondrinas, gorriones y otros pájaros que nunca supe como se llaman, pero que cuando me tumbaba en la cima del monte, para ver esa luz que turbaba a los pintores, volaban en vuelo rasante para mí, y el cielo se llenaba de nubes de gasa blanca como en las acuarelas, y el mundo me quería, y yo pensaba que nunca me podría mover de aquel lugar.

Si me hubiera quedado toda mi vida sentado bajo un olivo en el monte del Sombrero y pudiera contarles todo lo que pasó en Granada desde que la dejé, pero a alta velocidad, como pasa en algunos documentales experimentales donde, con una nitidez asombrosa enseñan cómo se construye un rascacielos en un minuto, en veinte líneas veríamos como el puzzle de esta ciudad crece hacia fuera, en la forma desordenada, especulativa y, en muchos casos, hortera en la que crecieron la mayoría de las ciudades en la España de los años 60.

Veríamos como década a década, al hacerse la ciudad, muchas huertas de habas se transformaban en bloques de viviendas, de protección oficial o no, para dar cobijo a quienes antes las cultivaban, y a algunos primos que vinieron del pueblo y años más tarde de Alemania. Veríamos como, unas fanegas de trigo se convierten en el primer polígono marginal de una ciudad sin apenas clase media, que había tenido secularmente esturreados a sus pobres en cuevas y en casas antiguas, lúgubres e insalubres. Veríamos como crecen polígonos industriales, para la mermada industria local, de las choperas cercanas a las salidas de las carreteras, y como, y esto si son buenas noticias, nuevas facultades de una antigua y muy docta Universidad brotan, y trepando como setas llegarán, en un momento dado, a la falda del monte de mis recuerdos. Casi hasta mis mismos pies.

Pero nunca me quedé sentado y el puzzle del que hablaba al principio se fue contruyendo sin mi concurso, pero con mi conocimiento. La ciudad, protegida por un prodigio (la Alhambra) largamente ignorado por la mayoría de mis paisanos que, como yo, éramos ignorantes, contestada por mucha gente que solo veía una bella postal de colorines que ocultaba la realidad gris y taciturna de una sociedad donde la posguerra duró siglos, fue creciendo de espaldas al monumento hasta que llegó el boom del turismo. Los ayuntamientos democráticos, los fondos de la Unión, la renta per capita y la iniciativa y el talento de mucha gente, local y foránea, han ido configurando este espacio singular, bello e imperfecto, donde mi corazón se reencuentra con su infancia de tarde en tarde.

Desde los años del hambre a los de la opulencia, Granada se ha convertido en una ciudad apetecible para mí, aparte de soñada. En la ciudad que aparece al final de todas las carreteras.

Desnuda de bloques y adosados Granada sería un museo milenario. La adelanta de Oriente. Una ciudad donde la proliferación de viajeros románticos nos diría que nos hemos quedado anclados en el tiempo.